Blogia
CUENTO CORTO/ CARLOS A. LOPRETE

EL COMPRADOR SABIO

EL COMPRADOR SABIO

 

  - Buenos días, señor, desearía comprar un kilo de manzanas. ¿A cuánto están?

    - Doce pesos, señor, del Valle de Río Negro, la mejor calidad.

    - Ah, me parece bien. Pero yo soy sabio, doctor en filosofía y letras graduado en la Sorbona de París, con dos posgrados, uno de teología en Universidad Pontificia del Vaticano, y otro de lingüística en la de Harvard. Le pago el kilo con una clase de una hora a domicilio de cualquiera de esas especialidades.

     -¿Y para qué me sirve a mí una clase de esas cosas? El fruticultor me cobra a mí en pesos.

     - Está bien, le ofrezco entonces una clase de dos horas, para su esposa, sus hijos o quien usted desee. 

     - Lo lamento, señor, pero no puede ser. En mi familia no estudia nadie ni conozco  ningún frutero que esté interesado.  Nosotros vendemos y no tenemos tiempo de estudiar.

     - Pero es que yo también necesito comer, y me he pasado una vida entera estudiando. ¿Le parece justo? ¿Qué tengo que hacer?

    -  ¿Por qué no le vende sus clases a un estudioso, al ministro de educación, por ejemplo?

    - Imposible, los ministros de educación no tienen interés en ser educados; están ocupados en ser ministros.

    - Bueno, ¿y por qué no le vende sus clases a otro estudioso como usted: él le paga en pesos y con esos pesos me paga usted a mí.

     - Ya lo he intentado sin éxito con dos candidatos. Uno me dijo que había dejado la sabiduría para no morirse de hambre, y el otro que se había convertido en asesor de un diputado con escuela primaria, no más.

     - Lo lamento sinceramente, mi amigo. Si yo pudiera le cambiaría el kilo de manzanas por unas horas de trabajo, pero el gremio no me lo permite. Tiene que estar afiliado.

     A todo esto, los clientes habían tenido que formar fila para hacer sus compras. El vendedor, compasivo pero con pujos capitalistas, comprendió que había gastado demasiado tiempo en explicaciones, dio la espalda al necesitado sabio, diciéndole:

    - Disculpe, mi amigo, pero tengo que atender a mis clientes.

    El sabio, atormentado por su estómago vacío, se acercó a un cesto de desperdicios, tomó con disimulo una manzana podrida, y la ocultó en un bolsillo. Un espectador, que había visto y escuchado la escena, se aproximó con discreción al sabio, y entabló este diálogo:

     - Disculpe, señor, pero casualmente he sido testigo de su problema. Con su permiso y sin pretender entrometerme en vida ajena, creo que el frutero tiene razón. En ninguna parte del mundo se cambian manzanas por conocimientos. ¿Por qué no cambia de oficio?

     - Se equivoca, señor. La verdad es todo lo contrario. ¿De dónde cree que he sacado la idea de comer lo que otros tiran? Pues nada menos que de un libro medieval. Todo está escrito en este mundo.     

0 comentarios