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CUENTO CORTO/ CARLOS A. LOPRETE

CUENTOS

DESFILE DE MODAS

DESFILE DE MODAS

Llegó por fin el día del desfile. A las nueve de la noche se presentó el fígaro Antonucci, feo como su madre lo había traído al mundo, camisa sin abrochar para ostentación de su pecho velludo, pantalones vaqueros desteñidos y una lengua inagotable en mixturas de inglés y español: - Hello, mis amigos, my name is Antonucci, el más grande hairdresser en esta ciudad -dijo presentándose como si estuviera filmando en Hollywood-. Noi siamo tutti uomini moderni y amantes de la fashion. ¡Arriba los corazones! Sursum corda! - Empezamos mal -dijo un argentino a su vecino un jeque árabe. Comenzó el desfile con un conjunto de niñas de hasta diez años, empujando carritos con muñecas y luciendo vestidos largos, con cintas y prendedores y moños en los cabellos., como en las fotografías de antaño. Los espectadores toleraban con paciencia y respeto el desfile para no desanimar a las modelos. Al cabo, las niñas volvieron al testero de la pasarela sin inconvenientes, salvo una que huyó a los llantos por temor al público - Menos mal que yo soy soltero –dijo un espectador. - Vamos, mi amigo, los hombres no somos nunca solteros- contestó el jeque. Acto seguido hizo su aparición a paso ondulante la serie de modelos femeninos con escotes en lugar de telas, flacas como esqueletos, con colgajos, prendedores, hebillas, tules, cueros, tachuelas, nidos de pájaros en sus testas y cuanta novedad pueda suponerse. Al llegar a la punta de la pasarela hacían un movimiento de caderas provocativo y retornaban a paso redoblado. - Esto es otra cosa –dijo el jeque con un gesto de picardía. - De acuerdo –respondió su vecino del otro costado, un millonario estadounidense especializado en hamburguesas de conejo. No había acabado de emitir su opinión, cuando una modelo perdió el equilibrio por la altura de los tacos y cayó al suelo en indecorosa posición. El millonario trepó a la pasarela como ángel venido del cielo, pero tropezó con un reborde de la alfombra y cayó sobre la infortunada damisela. Antonucci corrió desde el fondo para colaborar con el salvataje, a los gritos de “Maledetto tappeto, maledetto tappeto. Restablecido el orden, llegó el turno de los varones. En el costado de enfrente las damas fingían imparcialidad leyendo, al tiempo que sus secretarias escribían papelitos con direcciones que esperaban entre bambalinas los escogidos. - Pero, mi querida, ese rubio es un taxi-boy. Cobra por horas. Al menos mil dólares por cita. - Y bueno, los gustos hay que dárselos en vida, qué quiere que le diga. Después del revoloteo de las secretarias, el desfile continuó con las ancianas (abuelas, en lenguaje misericordioso), unas en sillas de ruedas, otras sostenidas en andadores, y las más ayudadas por damas de compañía. - Lo único que faltaba -se burló un diplomático con lentes oscuros-. ¿Qué hacen aquí estas momias de museo? Me imagino que no vendrán a buscar novios. Deberían considerarse felices de no haber muerto todavía. - Vaya uno a saber. A lo mejor son viejas contratadas para esta noche. De todos modos, le aseguro que mi abuelita no está. A un osado que quiso entrometerse en su intimidad, una abuela le respondió: - No sea impertinente, señor, que a mi vejez la administro yo. Los hombres de un lado de la tarima y las mujeres del lado de enfrente aprovecharon el momento para relajarse. En un lugar apartado, se escuchó este diálogo: - ¿Y qué me dice, my friend? Permítame presentarme. Me llamo John Smith, estoy profesor en la Universidad de Texas y vine aquí para tomar apuntes sobre las costumbres latinoamericanas. ¿Qué decirme usted? - ¿Decirle? Si lo que usted ha visto se hace antes y mejor en su país. Los estadounidenses son los inventores de las pasarelas. Interrumpió el diálogo míster o don Antonucci, con su jerga de poliglota: - Thank you, thank you, mis amigos, mes amis, amici miei, a continuación mi secretaria les tomará su nombre y dirección para visitarlos en sus domicilios y concretar las compras. El argentino y sus dos vecinos se escabulleron entre la multitud. Habían concurrido a la pasarela porque la entrada estaba incluida en un paquete de turismo y no deseban perdérsela.

EL SARGENTO Y EL GENERAL

EL SARGENTO Y EL GENERAL

 

 

      Dice la tradición que una vez un General llamó a su tienda a un Sargento y lo  reprochó porque en el campo de batalla en vez de ejecutar a los enemigos vencidos les perdonaba la vida y los conducía prisioneros. El Sargento se justificó respondiendo:

   - ¿No ha leído, señor General, los Evangelios?

    La respuesta del superior fue inmediata:

   - Y usted, Sargento ¿no ha leído el reglamento militar?

   En tan sencilla anécdota, verdadera o no, puede resumirse el problema del bien y del mal en este mundo. Naturalmente, el General no debatió el problema con su subordinado, pero las palabras del suboficial se aposentaron en su memoria y lo pusieron frente a su propia conciencia. El General se dijo a sí mismo:

    - Nunca he podido ponerme de acuerdo con preceptos morales imperativos, vinieran de donde vinieran. Cuando he debido obrar nunca se me ha ocurrido preguntar ¿cuál precepto debo seguir? He metido el cuerpo en el problema y he hecho lo que me parecía conveniente. A menudo me han reprochado esta falta de reglas, pero andar por el mundo con  principios es como meterse  por un sendero en el bosque con una vara entre los dientes. La filosofía y la moral sólo sirven para ser discutidas por los eruditos y nada más.  ¿Piensa alguien que frente a un soldado que viene a embestirme con su bayoneta  yo tendría que sacar de mi mochila un libro de Kant y leer lo que debo hacer?

     El General se llamaba Otto Bismarck y era prusiano. Del Sargento la historia no registra su nombre.

LA CURACIÓN ORTOGRÁFICA

LA CURACIÓN ORTOGRÁFICA

     Lo que voy a referir no sucedió en ninguna antigüedad, sino en nuestros días, en que tanta sabiduría se ha acumulado por la conjunción de ciencia y tecnología. Ya no es necesario quemarse las pestañas para aprender las reglas ortográficas de las lenguas. Algunas son tan difíciles, que es mejor dedicarse al canto que aprenderlas.

     Restringiendo el tema al caso del idioma castellano o español, el novedoso método parte de la premisa de que como materia y espíritu se influyen mutuamente (el alcohol genera determinados pensamientos), lo mismo puede efectuarse con la ortografía  y ciertas sustancias bebibles y comestibles. Los niños no tendrán en lo sucesivo que torturarse en las aulas para saber si se escribe  consciente o inconsciente, el hacha o la  hacha, pues bastará con que el maestro les haga ingerir la sustancia adecuada para que instantáneamente lo haga de la manera correcta.

     Como es sabido, los mayores problemas ortográficos se presentan con la b y la v (absorver  y absorber); con la s, la c y la  z ( zinc o cinc; asedio o acedio); has o haz); con la k  y la q ( kiosco o quiosco),y más duramente con la h. La curación medicinal ortográfica ha resuelto en definitiva el problema. Aunque los fármacos para la corrección ortográfica son muchos, tres casos bastan para dar cuenta de su efectividad.

     Dado que la diferencia entre b y v es de altura, se da una media pastilla de alfalfa, otra media de eucalipto y una entera de lino, con lo cual se corrige el problema. La alfalfa debe ser de la Pampa argentina y el eucalipto de Australia, por sus más potentes efectos. El lino puede provenir indistintamente de la India o de cualquier otra región del mundo.

     El caso de la k y de la q se remedia fácilmente con partes iguales de bacalao alemán y calamar de Galicia, o en su defecto, con trucha del río Guadalquivir. 

     El más complejo caso de la medicina natural es el de la hache, debido a que es una letra que corresponde a un sonido inexistente. Sería muy extensa la explicación de la medicina pertinente, pero bastará con saber que intervienen en ella componentes vegetales y animales, a saber, la soja, la lavanda, la pasiflora, la zanahoria, los calamares, el salmón de Alaska y la aleta de tiburón del Caribe.

     Todo anduvo a la perfección hasta que un día una maestra del Altiplano peruano,    perturbada por una rencilla familiar, concurrió a clase fuera de todo control, mezcló unas pastillas unas con otras y se las dio a un alumno. El infortunado discípulo las ingirió, y cuando se le pidió que escribiera “Beso a mi hijo catamarqueño”, lo hizo así:  “Vezo a mi ijo katamarkeño,”

     Tomando en consideración estos riesgos, el Ministerio de Educación y Cultura decretó que en lo sucesivo quedaba suprimida la ortografía en el país. Para dar el ejemplo, el sello oficial de dicho organismo comenzó a estampar los documentos oficiales con la indicación “Minizterio de Hedukazión i Cultura.””         

DE CÓMO EL ZORRO LLEGÓ A REY

DE CÓMO EL ZORRO LLEGÓ A REY

     Sería superfluo repetirlo porque hasta la persona menos anoticiada sabe o ha oído decir que el zorro es un animal astuto, sagaz, pícaro, capaz de simular hasta su muerte para engañar al ser humano y a cualquier otra bestia que se le ponga en frente. En la antigüedad su astucia se concentraba en infiltrarse en el gallinero para comerse las aves. Era una astucia gastronómica, diríase, movida por el estómago. El zorro actual, en cambio, ha caído en la tentación de gobernar el reino de los animales y destronar al león.

    Para satisfacer su nueva pretensión , el nuevo Zorro se da cuenta de que no podrá satisfacerla sin poner en juego alguna de sus tretas. Finge entonces reconciliarse con el León y le ofrece un trato, dejarlo entrar en su guarida oculta y negociar el reinado. El León acepta el trato y va a la guarida, donde el Zorro lo apresa y le pide que firme su abdicación. El rey de la selva, le dice entonces:

    - Ah, como te conozco desde hace tiempo, yo he tomado mis precauciones. Antes de venir he raptado a tu hijo y no te lo devolveré hasta que me sueltes. El Zorro le contesta:

   - Y yo también. Tengo preso a tus tres hermanos embajadores, y te propongo un intercambio de rehenes.  

     El intercambio se cumplió aunque el Zorro tenía guardadas otras tropelías. Hace correr la voz de que está enfermo de gravedad y el León envía entonces a un consejero suyo para desearle una pronta recuperación -mejor dicho para espiar a su contendor político.- Pero antes de llegar a destino, el delegado es engullido por el  aspirante al reinado escondido detrás de un árbol. El León descubre el crimen por los restos de huesos en el lugar y prepara su venganza. Proclama que unos monjes fronterizos han decidido abandonar su convento por deficiencias en la construcción. El Zorro se entera del mensaje y sale a inspeccionar el lugar aunque no entra por precaución. Espera la oscuridad de la noche, se arrastra en torno al convento y por una rendija descubre a los religiosos armados de flechas y jabalinas, listos para matar a los intrusos merodeadores. Cava entonces un pozo junto a la empalizada, se hunde en él y da atronadores gritos de dolor. Dos leoncitos sobrinos del rey se acercan atraídos por los  gemidos y mueren flechados por los monjes.

     Un mes más tarde el León envía una carta al Zorro invitándolo a jugar una partida de dados. El Zorro acepta con la condición de ser él quien lleve los dados. Los lleva efectivamente, pero cargados con plomos internos. Se realiza la partida, primero por mil pesos, luego por diez mil y así hasta el último centavo del tesoro del León. Éste sigue jugando y al perder toda su fortuna, apuesta su piel. Pierde, y definitivamente arruinado, se rinde al Zorro.

     - Para que veas que soy generoso, te perdono que me entregues tu piel a cambio del reino. Tú decides.

     - Conforme. De ahora en adelante, eres del rey. Sólo te pido que tengas piedad por mi familia y mis súbditos. Adiós.

     Por supuesto, la cosa no sucedió así porque quien nació zorro es zorro por siempre.  Una vez sentado el Zorro en el trono, las cuentas del reino se fraguaron, los informes de la tesorería se falsearon,  los súbditos de la selva , los animales opositores, el oso, el búho, los ruiseñores y las golondrinas emigraron a otras selvas, y como astucia mayor, el Zorro se hizo llamar en adelante Presidente. Se acabó así el reinado animal y emergió la república animal.       

     Como primera acción en su trono, el Zorro inicia una peregrinación por el país. En el camino se encuentra con un cordero, lo estrangula y come sus carnes dejando la piel en el suelo. Alcanza a pasar poco después un avestruz que come los restos sobrantes entre la piel. El Zorro hace sonar un silbato por distintos lugares y así desorienta al

ave, que cuando menos lo piensa recibe un cascotazo en la testa y muere en el acto.

     A las semanas, el Zorro pasa frente a un cerezo cargado de frutas donde vive un gorrión y le suplica que le arroje algunos frutos. El gorrión le arroja dos docenas de frutas y le pide en compensación un servicio. Sus seis hijos están enfermos y necesitan un remedio. El Zorro, simulando ser médico, se compromete a quitarles el mal de encima y los hace bajar del árbol, pero ni bien los tiene a su alcance, los devora uno por uno.

     - ¿Qué demonios me has hecho maldito? Me prometiste quitar el sufrimiento a mis hijos y los has devorado.

     - ¿Y no he cumplido acaso mi promesa?  En mi estómago han dejado de estar enfermos.

     Entretanto el León no se ha resignado a perder su dominio. Envía un emisario al Zorro, diciéndole que para tranquilidad del pueblo y prevenir la tentación de la promiscuidad, el Zorro debería contraer nupcias, y que en tal caso,  lo apoyaría desde su exilio. El Zorro hace publicar un bando solicitando compañera y elige a una zorra boba. Se cumple la ceremonia nupcial en medio del júbilo pueblerino. El Zorro hace abrir el tesoro, compra armas y pólvora para siete años de conflicto, distribuye dinero entre los cortesanos y retiene para sí el resto de caja, temiendo el regreso inesperado del León. Cuando la Zorra reclama  su parte de la fortuna se entera de que no está realmente casada puesto que el sacerdote no había sido un religioso verdadero sino un villano fingido.   

     El León pone sitio al reino, se producen los combates y el Zorro usurpador es despojado de todo poder.  A la noche siguiente, el Zorro se desliza subrepticiamente  en la carpa del León para degollarlo, pero éste se despierta a tiempo y se miran cara a cara. Dado que ninguno de los desea la muerte en un duelo, entablan un diálogo:

     - Ahora que quedamos dos, ¿por qué tendríamos que combatir? Donde cabe un rey, caben dos.    

     - Lógicamente, hermano, de ahora en adelante somos un reino bicéfalo.

      Esto puede comprobarse en el nuevo escudo del país.  

ÁRBOL GENEALÓGICO

ÁRBOL GENEALÓGICO

 

     Quienes deseen tener desde ahora un antecesor a medida de sus deseos o  necesidades, pueden hacerlo poniéndose en comunicación  con la  International Genealogy Corporation. Dicha compañía le ofrece al interesado la posibilidad de  disponer de un árbol genealógico personalizado a partir del nombre de algún  pariente o hacerlo dirigido a una estirpe o familia determinada. 

     El desventurado Don N. N. tenía la necesidad urgente de emparentarse con algún linaje famoso de la antigüedad a fin de presentarse como candidato a la presidencia de su país. Recurrió en tal situación a la citada compañía y mantuvo un diálogo con su gerente. Recordémoslo:

     - ¿Usted desea un árbol real o un árbol a pedido?

     - ¿Y cual es la diferencia entre uno y otro?

     - En el primero investigamos a lo que resulte, y en el segundo lo hacemos hasta donde usted desee llegar. Por ejemplo, podemos emparentarlo con el conquistador Hernán Cortés o con  Hernando de Magallanes que dio la vuelta al mundo. Depende de su interés.

     - ¿Cuestan lo mismo uno u otro?

     - Naturalmente que no, son dos trabajos  muy distintos. Una cosa es querer saber quién era el padre de su bisabuelo y otra muy distinta hacerlo hermano de un Papa.             

     - ¿Y si no tengo parentesco alguno con la persona que deseo?

     - Ningún problema, para eso estamos nosotros. Usted sólo tiene que darnos algún nombre, una fotografía, una carta, un certificado o cualquier otra cosa que le parezca. ¿De quién desearía descender usted, se puede saber, si no es indiscreción?

     - De Túpac Amaru, el héroe inca.

     - ¿No tiene alguna referencia más que pueda servirnos?

     - No sé si será útil, pero la calle en que vivo yo ahora se llama precisamente Perú.

     - Ya es algo. ¿No recuerda alguna otra?

     - Sí, sí. La criada que tiene el secretario de mi club está de novia con un peruano..

     - Vamos bien, vamos bien. ¿No recuerda algún otro dato?

     - Sí, sí. Ahora recuerdo que al primer marido de mi abuela lo llamaban el Perulero, que según me han dicho así los llamaban a los peruanos.

     -¿Recuerda el apellido de su abuela?

     - Sí, de la Vega.

     - ¡Qué bueno! Por ahí iniciaremos la confección de su árbol. Ya tenemos al primer esposo de su abuela de la Vega, el cual nos remite a Garcilaso de la Vega, español residente en el Perú colonial que  se casó con una ñusta o princesa inca, prima del emperador Atahualpa , y al mismo tiempo al poeta colonial argentino Ventura de la Vega, y al famoso dramaturgo Lope de Vega Carpio, quien mantuvo amores con Micaela de Luján, y ya encontraremos otras relaciones suficientes para  ir de los Vega y los Luján adonde quiera. En nuestros archivos tenemos 5.600 apellidos para combinar.

     - ¿Y cuánto me costaría llegar hasta Túpac Amaru?

     - Bueno, tendría que hacer un cálculo, pero por darle una idea aproximada, tiene que pensar en algo así como 10.000 dólares.

    -¿Tanta plata por un árbol genealógico?

    - ¿Mucho para ganar una elección presidencial? Yo más bien diría que poco. Además, deseo aclararle que estamos en condiciones de otorgarle un crédito por esos 10.000 dólares en cincuenta cuotas de 1.000 dólares mensuales. 

     El susodicho N.N., de apellido Fonseca en la realidad, ganó la elección presidencial amparado por su parentesco con Túpac Amaru. El representante de la International Genealogy Company se presentó el día de la proclamación factura en mano y reclamó el pago de la deuda contraída.

     El nuevo presidente Fonseca le respondió con esta sentencia:

     - Conforme, señor. Trágame su árbol genealógico para verificar si su antecesor es don International Genealogy  y le pagaré con sumo gusto.           

ANALFABETISMO CIENTÍFICO

ANALFABETISMO CIENTÍFICO

                                                                                                             

     Desde hace tres meses y medio trabaja en mi casa una nueva empleada doméstica. La anterior, pese a tener nada más que treinta años de edad, se retiró del servicio activo beneficiada con una jubilación de excepción otorgada por el ministro de Bienestar Social. Contraté en su reemplazo otra, que decía denominarse Eugenia, es decir, “bien nacida.”    

     Como en la actualidad los documentos de identidad se fraguan y no es posible verificar los datos de los empleados, cometí el error de dar por supuesto que los documentos presentados por Eugenia eran verdaderos, sin preocuparme por constatar por lo menos alguno de sus antecedentes.

    El primer mes de trabajos fue normal, pero un día después se me apareció con una pregunta llamativa:

- Disculpe, señor -me dijo-, ¿pero es cierto que en el aire hay un agujero muy grande

 que deja pasar los rayos del sol dañinos y provoca malformaciones en los recién nacidos?

     La miré sorprendido por la pregunta, ya que en mi condición de investigador científico sabía que la explicación de dicha cuestión estaba fuera de sus posibilidades intelectuales. Yo tampoco tenía una prueba demostrable del fenómeno, aunque llevo treinta años de investigaciones y sé lo que la ciencia ha llegado a conocer hasta nuestros

días. ¿Cómo habría de saber ella que la atmósfera está formada por varias capas y que a partir de los 25 kilómetros de altura se encuentra una capa de otro gas, el ozono, cuyo papel es filtrar los rayos ultravioletas del sol perjudiciales para la vida humana?

     - Me han dicho que ese agujero está encima de la provincia de Santa Cruz y por eso no quise ir a trabajar allí aunque pagan el doble que en la Capital. 

     Muchas mañanas la sorprendí leyendo en mis libros temas de calentamiento global, erosión del suelo y deforestación, como si fuera propietaria de extensiones de bosques. Llegaba un poco antes del horario de trabajo y leía en mis libros hasta que yo me levantaba. Comprendía entonces que pasaría un mal día con sus inevitables preguntas y para mantener mi tranquilidad espiritual me vi forzado a despedirla.

     Dado que por mis estudios no puedo dedicar mis horas a la función de un Sócrates

criollo, tomé a mi servicio doméstico a otra mujer procurando que fuera lo más ignorante posible. Les preguntaba a las aspirantes qué era un año bisiesto, y si me respondían correctamente, les decía que esperaran mi llamado y que oportunamente las convocaría.

     La segunda doméstica era una mujer corpulenta y forzuda, capaz de levantar con una mano un saco de harina sin resoplar siquiera. Con tales aptitudes corporales, pensé que  no quedaría lugar en tanta carne para los pensamientos. Cuando me visitaban los jueves por la noche mis amigos inteligentes, la escondía en la cocina y no le permitía mostrarse

para ahorrarme las burlas. Pero una mañana, contra toda relación entre cuerpo y espíritu, me sacó de mi error diciéndome:

     - No lo tome a mal, señor, pero desearía hacerle una pregunta: ¿usted piensa que el fin del mundo está próximo y  terminará con una gran explosión?

     Mi sorpresa fue tan estremecedora como si mi perro me hubiera saludado en francés al levantarse y me dijera que había adquirido la ciudadanía francesa y que por tal motivo me hablaba en ese idioma. Razoné de inmediato que para formularme tamaña pregunta mi nueva doméstica debía haber leído al astrónomo británico Stephens Hawkins, pero con las pocas palabras que intercambiamos me di cuenta de que su pregunta no se originaba en una lectura científica sino en una broma que le había hecho

una vecina en el mercado para asustarla.

     - Le pregunto porque si esto va a pasar, me voy a vivir a las montañas de Mendoza donde estaré más segura.

     No lo pensé ni un segundo más. La despedí con la mayor delicadeza posible, le di una excelente remuneración para que viviera por lo menos tres meses, y me fui a tomar aire a la plaza. Había fracasado por segunda vez. Pero como se suele decir que la tercera es la vencida, me creí con derecho a intentar esa tercera vez, aunque emplearía a un hombre, pues con las mujeres estaba escarmentado.

     El tercero me resultó ser un enfermero frustrado, que al mes me había puesto al borde de la locura con sus ignorancias: ¿es cierto que si se come sandía no se debe tomar vino porque se forman piedras en el estómago que provocan la muerte? ¿es verdad que no se deben tomar gaseosas de color amarillo porque intoxican? ¿si el colesterol es colesterol, cómo es eso de que uno es bueno y otro malo?

     Quienes me conocen a fondo dicen que yo soy un hombre tranquilo y paciente. Yo también me había

considerado así hasta que se metieron dentro de mi burbuja estos tres lelos. Practicaba el principio de que si

alguien no estaba de acuerdo conmigo lo dejara vivir, pero me avergüenzo de decir que en estos momentos

estoy a punto de abandonarlo, porque he comprobado que esta norma de conducta es válida únicamente

cuando el prójimo también la practica. No aguanto el analfabetismo científico, qué quiere que le diga.                                                                                                                   

EL DUEÑO DEL AGUA

EL DUEÑO DEL AGUA

     Hay algunas cosas que no son de nadie, como las estrellas, pero otras sí, como muchas que están en la tierra. No hagamos filosofía para no meternos en otro pleito. En principio y provisionalmente, admitamos que las cosas pertenecen a los que la tienen en su poder (legítimamente o ilegítimamente), de manera que tengamos la posibilidad de discutir el tema de la posesión del agua.

     Propiedad es algo que un individuo o grupo tiene como propio, le pertenece por algún derecho (compra, herencia, donación, etcétera), y por lo tanto tiene derecho a tenerla. Un ejemplo sencillo es una casa o vivienda. La casa es del dueño de ella y puede disponer de su destino a discreción, venderla, alquilarla, regalarla o lo que quisiere. La posee en función del derecho humano a la propiedad y nadie puede quitársela. Su escritura legal y escrita de dominio es la prueba del dominio sobre ese bien inmueble.

     Con algunos objetos muebles (movibles, transportables), la pertenencia es indiscutible: nadie diría que es dueño de mis zapatillas ni de la mesa de mi comedor.  Pero cuando las cosas  son de la naturaleza, el asunto se complica. Un perro mío es mío y sus cachorros también, y una higuera y sus frutos son míos y no de otra persona.

     ¿Y lo que está por los aires encima de su terreno o lo que está en el subsuelo por debajo, de quién son? El Estado se ha proclamado en algunos países el dueño del subsuelo, arrogándose la propiedad subterránea ¿Pero dónde comienza esa propiedad, a un milímetro debajo del piso, a dos metros, a cien metros? La ciencia del derecho habla de subsuelo en términos generales, sin especificarlo.

     Por esta falta de definición don Aurelio Aquafonte está atrapado desde hace quince años en una querella judicial. “El subsuelo es mío -alegaba frenético ante el juez-, porque de lo contrario las hojas inútiles de arriba serían mías y las zanahorias enterradas del Estado. Lo único que falta ahora es que me salgan con que tampoco el aire es mío y en consecuencia debo pagarle al Estado el aire que respiro.”

     - Y bueno, mi amigo, usted no está en los Estados Unidos. Allí cuando usted compra un terreno, lo compra con atmósfera y subsuelo incluidos. Si hay un pozo de petróleo es suyo, y si encuentra agua, también. Lo mismo sucede con el aire: usted puede respirar todo el que quiera, mientras no asome las narices por encima de la cerca, porque ese otro aire pertenece a su vecino.

     - Es cierto, a un sobrino mío que vive en el estado de Colorado una compañía le paga alquiler por atravesar con un caño el subsuelo de su propiedad para llevar petróleo a una refinería distante.

     - Así tiene que ser. Por eso yo sostengo que la capa de agua que está debajo de mi  propiedad es mía y de nadie más. Yo puedo perforar un pozo, extraerla y venderla.

     - De acuerdo, porque esa capa esta a unos pocos metros de la superficie. Pero si se encuentra a miles de metros de la superficie, ¿es también suya?                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

     - Obvio, podría llamar a una compañía de perforación, hacerla extraer y venderla embotellada.

     - Pero en ese caso, cuando usted compra un terreno en este mundo resulta que se ha comprado una tajada del globo terrestre, como una tajada de melón. Tenga en cuenta que por debajo de las capas de agua hay piedra y finalmente, fuego y material incandescente.

     - Vea, mi amigo, no me haga difícil las cosas. Las piedras y el fuego del centro de la tierra que se las quede el gobierno si las quiere, yo me conformo con bombear agua en  mi propiedad y vendérsela a los vecinos. Y eso puedo hacerlo porque me lo permite la ley.   

    - Por supuesto, no lo discuto, aunque me queda una duda. Si a sus vecinos se les ocurre decir que tienen sed y no están dispuestos a morirse por falta de agua, ¿qué les respondería?

     - Bueno, que la sed es un asunto personal de cada uno y que perforen sus propios pozos o compren mi agua. Yo no vine a este mundo a darles a los carentes lo que no tienen y desean tener. Si aceptara ese principio, tendría que proveerlos de esposas, comida, entretenimiento, automóviles y cuanto se les ocurra. Yo, por ejemplo, no tengo esposa y no pretendo que mi vecino me la provea.

    El diálogo transcurrió entre éstos y otros razonamientos incoherentes. Al día siguiente, un vocerío inesperado sacó de la cama muy temprano por la mañana a don Aurelio Aquaforte. Asomó la cabeza por la ventana de su dormitorio y vio a un grupo de vecinos que llenaban bidones y cacharros con agua de su fuente y se los llevaban  a sus casas. Desconcertado, asustado y furioso, todo al mismo tiempo, corrió a esclarecer el suceso. A la primera pregunta que formuló a uno de los intrusos, encontró la explicación del caso:

     - Vea, don Aurelio, ¿no ha oído usted alguna vez el refrán “A buen hambre no hay pan duro”?  Pues bien, nosotros lo hemos transformado en “A buena sed, no hay agua ajena” y aquí nos tiene.

UN CHINO EN LA ARGENTINA

UN CHINO EN LA ARGENTINA

 

     Cualquier persona de buena voluntad que desee visitar la Argentina puede hacerlo sin temor ni impedimento alguno. Se lo garantiza la Constitución Nacional, mejor dicho se lo garantizaba, porque en este nuevo siglo no hay nada seguro. ¿Y qué es un hombre de buena voluntad? El más elemental sentido común supone que es una persona que viene con intenciones honestas, recorrer el país para apreciar sus bellezas naturales, conocer sus gentes y cultura, radicarse si lo prefiere, trabajar en oficios lícitos, casarse con una argentina si es soltero, tener hijos y asegurar un futuro a sus descendientes.

    

      Lo único que le está vedado es hablar mal del país, pues para eso bastamos nosotros mismos. No sé por qué extraña razón los argentinos hemos estado destinados desde nuestros orígenes a que cuanto extranjero llegaba nuestro país se sintiera obligado a descubrirnos y a dar su opinión sobre nuestra realidad. No todos eran hombres de buena voluntad, pues hubo espías extranjeros, contrabandistas, fugitivos de la policía, exploradores, aventureros, financistas, escritores y conferencistas profesionales, unos 300 poco más o menos, que en general se abstuvieron astutamente de criticarnos. A un norteamericano que se atrevió a enrostrarnos defectos lo convencieron en el país de que estaba equivocado untándole la cara en el hotel donde se hospedaba con excrementos humanos. Un escritor italiano famosísimo no se animó a venir con el pretexto de que no atravesaba el océano por una caja de cigarrillos. Un escritor colombiano perdió los estribos y se sintió tan ofendido que nos calificó de ser un pueblo fenicio, sin un solo filósofo, ni una obra literaria de valor, jactándose de que venía al para que tuviéramos el orgullo de haberlo conocido a él.

    

      Los visitantes europeos y angloamericanos se apoyaron en un simplísimo criterio comparatista: siendo ellos los civilizados, si los argentinos no éramos como ellos, entonces éramos bárbaros. En mis pesquisas sobre la historia y fundamento del menosprecio en que se nos tiene,  tuve la fortuna de toparme con la figura de un chino.

    

     Un día del siglo pasado el oriental tuvo la ocurrencia de darse una vuelta por nuestro país, protegido por su doble fama de filósofo y escritor. ¡Qué bueno!, pensaron los nativos. Por fin podría escucharse una voz oriental no comprometida con intereses colonialistas, explicando la sabiduría milenaria de la China. Había nacido en una familia de chinos cristianos, estudiado en colegios secundarios de su patria, perfeccionado sus estudios universitarios en Europa, enseñado en diversos colegios y escrito una docena de libros y centenares de artículos periodísticos sobre la confluencia de las culturas oriental y occidental.  

    

     Al verlo físicamente parecía un sabio ensimismado en sus pensamientos. Su rostro no se veía totalmente chinesco y sus ojos chispeantes despertaban sospechas en los oyentes que no atinaban a saber si eran teatrales o naturales. Su mano derecha se extendía en una pipa inseparable, y la empleaba junto con la izquierda para ilustrar sus  ideas. 

Fue recibido por el presidente del país, por la Sociedad de Escritores, por la Embajada

 china , acompañado siempre por su esposa y un conocido traductor del inglés. Dictó conferencias por todos lados, cuyos sustanciosos emolumentos giraba a Taiwan  rigurosamente su esposa. La más decisiva de sus presentaciones la hizo en la sede del Teatro Municipal. Allí, en pasajes ocasionales, expresó estas opiniones:

    

        - ¿Qué opina de Freud?

        - Es el inventor del sexo.

        - ¿Y de Hemingway?

        - No lo he leído, pero no me gusta.  

        - ¿Cree usted en la coexistencia entre Oriente y Occidente?

        - No, mientras los comunistas no abandonen su pretensión de dominio mundial.

        - ¿Piensa usted que el progreso tecnológico traerá la felicidad del hombre?

        - Al contrario, traerá consigo la infelicidad. Un vendedor de diarios en una esquina puede ser más feliz que un sabio o un gobernante. La felicidad es un asunto individual y no colectivo.

      - ¿Cuál sistema es más prometedor, el socialismo o el capitalismo?

      - El socialismo no existe. En el socialismo el capitalista es el Estado. El dinero es siempre necesario. 

    La conferencia giró hacia el final sobre la Argentina. Comenzó, por donde correspondía:

      - ¿Qué opinión le mereció nuestro presidente?

      -  Es una figura interesante que sabe adónde va.

      - ¿Qué le parece Buenos Aires?

     - No me gustan las ciudades con subterráneos, ni donde se almuerza en media hora.

     - ¿Y los argentinos?

     - Son impuntuales, pero trabajadores y creativos. Hablan hasta por los codos y gesticulan en exceso, pero trabajan mucho. Me recuerdan a los europeos meridionales.

     -¿Hay algo que le disguste de nuestro país?

     - Los perros en las calles, pero sobre todo los apretones de mano. Los perros porque sus excrementos me ensucian los zapatos, y los saludos porque son antihigiénicos y pasados de moda. .   

     

       Al término del acto, ni un solo aplauso premió al visitante. A la mañana siguiente una leyenda pintada en un muro aclaró la situación: “Sabio o filósofo chino, / que a estas playas viniste, / ¿por qué no te quedaste en las tuyas, /  donde no hacen falta las manos?”