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CUENTO CORTO/ CARLOS A. LOPRETE

DESFILE DE MODAS

DESFILE DE MODAS

Llegó por fin el día del desfile. A las nueve de la noche se presentó el fígaro Antonucci, feo como su madre lo había traído al mundo, camisa sin abrochar para ostentación de su pecho velludo, pantalones vaqueros desteñidos y una lengua inagotable en mixturas de inglés y español: - Hello, mis amigos, my name is Antonucci, el más grande hairdresser en esta ciudad -dijo presentándose como si estuviera filmando en Hollywood-. Noi siamo tutti uomini moderni y amantes de la fashion. ¡Arriba los corazones! Sursum corda! - Empezamos mal -dijo un argentino a su vecino un jeque árabe. Comenzó el desfile con un conjunto de niñas de hasta diez años, empujando carritos con muñecas y luciendo vestidos largos, con cintas y prendedores y moños en los cabellos., como en las fotografías de antaño. Los espectadores toleraban con paciencia y respeto el desfile para no desanimar a las modelos. Al cabo, las niñas volvieron al testero de la pasarela sin inconvenientes, salvo una que huyó a los llantos por temor al público - Menos mal que yo soy soltero –dijo un espectador. - Vamos, mi amigo, los hombres no somos nunca solteros- contestó el jeque. Acto seguido hizo su aparición a paso ondulante la serie de modelos femeninos con escotes en lugar de telas, flacas como esqueletos, con colgajos, prendedores, hebillas, tules, cueros, tachuelas, nidos de pájaros en sus testas y cuanta novedad pueda suponerse. Al llegar a la punta de la pasarela hacían un movimiento de caderas provocativo y retornaban a paso redoblado. - Esto es otra cosa –dijo el jeque con un gesto de picardía. - De acuerdo –respondió su vecino del otro costado, un millonario estadounidense especializado en hamburguesas de conejo. No había acabado de emitir su opinión, cuando una modelo perdió el equilibrio por la altura de los tacos y cayó al suelo en indecorosa posición. El millonario trepó a la pasarela como ángel venido del cielo, pero tropezó con un reborde de la alfombra y cayó sobre la infortunada damisela. Antonucci corrió desde el fondo para colaborar con el salvataje, a los gritos de “Maledetto tappeto, maledetto tappeto. Restablecido el orden, llegó el turno de los varones. En el costado de enfrente las damas fingían imparcialidad leyendo, al tiempo que sus secretarias escribían papelitos con direcciones que esperaban entre bambalinas los escogidos. - Pero, mi querida, ese rubio es un taxi-boy. Cobra por horas. Al menos mil dólares por cita. - Y bueno, los gustos hay que dárselos en vida, qué quiere que le diga. Después del revoloteo de las secretarias, el desfile continuó con las ancianas (abuelas, en lenguaje misericordioso), unas en sillas de ruedas, otras sostenidas en andadores, y las más ayudadas por damas de compañía. - Lo único que faltaba -se burló un diplomático con lentes oscuros-. ¿Qué hacen aquí estas momias de museo? Me imagino que no vendrán a buscar novios. Deberían considerarse felices de no haber muerto todavía. - Vaya uno a saber. A lo mejor son viejas contratadas para esta noche. De todos modos, le aseguro que mi abuelita no está. A un osado que quiso entrometerse en su intimidad, una abuela le respondió: - No sea impertinente, señor, que a mi vejez la administro yo. Los hombres de un lado de la tarima y las mujeres del lado de enfrente aprovecharon el momento para relajarse. En un lugar apartado, se escuchó este diálogo: - ¿Y qué me dice, my friend? Permítame presentarme. Me llamo John Smith, estoy profesor en la Universidad de Texas y vine aquí para tomar apuntes sobre las costumbres latinoamericanas. ¿Qué decirme usted? - ¿Decirle? Si lo que usted ha visto se hace antes y mejor en su país. Los estadounidenses son los inventores de las pasarelas. Interrumpió el diálogo míster o don Antonucci, con su jerga de poliglota: - Thank you, thank you, mis amigos, mes amis, amici miei, a continuación mi secretaria les tomará su nombre y dirección para visitarlos en sus domicilios y concretar las compras. El argentino y sus dos vecinos se escabulleron entre la multitud. Habían concurrido a la pasarela porque la entrada estaba incluida en un paquete de turismo y no deseban perdérsela.

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