EL PLEITO DE LAS GORDAS Y LAS FLACAS
De vez en cuando no viene mal repasar los textos que alguna vez hemos leído y sobreviven empolvados en los estantes de nuestra memoria. Digo más aún, es necesario hacerlo para no caer en transgresiones por olvido y provocar daños a nuestros semejantes. Revisando por ejemplo la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (1948) y la Convención Americana sobre Derechos Humanos (1978) que la complementa en el área de América, descubro que por olvido muchas personas están transgrediendo un derecho, como lo es el de que todos los seres humanos tienen a ser reconocidos y respetados “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole.”
En efecto, entre mujeres y hombres no debe haber ninguna distinción, pese a que la imprecisión del corte entre lo femenino y lo masculino no ha alcanzado todavía un grado satisfactorio y emergen a menudo rebrotes de feminismo y de machismo, sin contar con que hay varones feministas y mujeres machistas.
En cierta república sudamericana caracterizada por estar siempre en desacuerdo con alguien o con algo, se ha promovido últimamente una discordia inesperada. Dentro de la especie misma de las mujeres, un sector, el de las gordas, o mejor el de las obesas para decirlo en lenguaje científico, ha creado una organización no gubernamental en defensa de su derecho a la gordura, violado a su entender por el auge de las delgadas en la televisión y por la exclusión de toda gorda de los concursos internacionales de belleza.
La querella lleva ya cinco años en el tapete, con intensidad alternativa, pues en pleno verano las flacas ostentan a todo viento sus cuerpos gráciles y estilizados aprovechando que las gordas no pueden hacerlo porque el calor las abruma y la estética se les opone. En invierno, en cambio, las gordas se esconden en vestiduras amplias y así algo aprovechan de la vida, al paso que las flacuchas se ven forzadas a envolverse en pieles, bufandas y gorros sin poder exhibir sus excelencias corporales. De todos modos, el problema de la diferenciación subsiste y las leyes de los derechos humanos no se cumplen.
En el caos de opiniones, el presidente decidió convocar a su despacho a cinco de los juristas más afamados de La Haya para que lo asesoraran en la toma de decisión. Quedó pasmado de asombro cuando se encontró con que tres eran mujeres, dos gordas y una magra. Las dos gruesas sacaron de su error al presidente asegurándole que no era cierto que por cada siete mujeres gordas hubiera otras siete flacas, como en el caso de las siete vacas gordas y las siete flacas que postulan los economistas. La tercera de las mujeres, una letona desmirriada, enteca y enjuta, opinó que el invocado problema era inexistente, puesto que se es gorda hasta los setenta años y flaca desde los setenta en adelante, debido a que la naturaleza se encarga de desengordar a las grasosas hasta emparejarlas con las raquíticas. Según era de esperar, ni fu ni fa.
El presidente, que se regía por el principio chino de que la verdad está siempre en el medio, razonó que las dos gordas hablaban como gordas, y la flaca lo hacía como flaca, y que no existía un término medio entre dos y uno. Haciendo entonces gala de su vocación democrática, estimó que para dirimir el conflicto lo mejor era entrevistar a la representante de la Liga de la Gordura en primer término, y luego a la delegada de la Liga de la Flacura.
Ambas expusieron sus argumentos al presidente y responsabilizaron a personas e instituciones a diestra y siniestra, a la UNESCO, a la Convención de San José de Costa Rica, a la CIA, al Fondo Monetario Internacional, a la Reserva Federal, al Consenso de Washington, al catolicismo, al judaísmo, a los musulmanes, a Fidel Castro, a Bush, a Condolezza Rice, a Bin Laden, a Soros, a Greenspan, a los fabricantes de lácteos, a los productores de azúcar, a los laboratorios medicinales, a los entrenadores personales, a lo criadores de cerdos, a las empresas aceiteras, a los fabricantes de dulces y golosinas, a los inventores de regímenes dietéticos. Nadie, ni el Creador se salvó de la queja, por no haber previsto en su plan de salvación beatífica un paraíso especial unificado para las féminas .
El presidente, aturdido entre los cientos de alegatos, razonó: “Pero yo no estoy para hacer bien lo que el Creador hizo mal”. Pidió una tregua de cinco días corridos para
dictaminar, sin darse cuenta de que si el juez es ignorante, no puede saber cuál de los litigantes tiene la razón. Recordó un caso que uno de sus consejeros le había referido hacía años, en el que un monarca de la China debía decidir cuál de dos mujeres que se disputaban la maternidad de un infante era la verdadera. Sentenció que se cortara al niño en dos y se le diera a cada peticionante una mitad. La madre auténtica gritó de dolor y renunció al niño antes de que lo dividieran, al tiempo que la segunda permanecía indiferente. Comprendió que el ejemplo no le servía puesto que no había un tercero en disputa y no podía tampoco dar a la gruesa la mitad de la fina y a la fina la mitad de la gruesa. ¿Qué hacer en la encrucijada?
No le quedaban sino dos soluciones, enflaquecer a las gordas o engordar a las flacas. No tuvo que devanarse mucho los sesos para entender que una cosa barata es más conveniente al gobierno que otra cara; las esqueléticas son muchísimas menos que las regordetas y economizaría un vagón de billetes subsidiando a las primeras antes que a las segundas, con el agregado de que la adiposidad no se soluciona, y si se logra, retorna al poco tiempo. Que las burbujas la eliminan, que el jugo de naranjas es altamente eficaz, que caminar diez minutos en determinado aparato gimnástico equivale a recorrer una legua, que evitar las bebidas gaseosas disminuye un kilogramo de peso por quincena, que el chocolate es el demonio engordador, son todos engaños comerciales, lobos disfrazados de corderos. Como máximo estímulo democrático, premiaría con un cargo de ministra a la campeona del programa nacional de engordamiento.
Todavía está en marcha el campeonato y sólo resta esperar.
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ash -