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CUENTO CORTO/ CARLOS A. LOPRETE

EL ASESINO DE MOSCAS

EL ASESINO DE MOSCAS

          Matar está prohibido en todo el mundo, y es natural que así sea porque nadie puede disponer de la vida ajena. Sin embargo, el pleito surgió cuando un caballero político de Animalville, míster John Doe, tuvo la desafortunada ocurrencia de matar a una obstinada mosca que insistía en posarse sobre su cabeza durante una entrevista por televisión. Seis horas después un periódico especializado en primicias publicaba una fotografía del hecho con el título de Asesino de moscas.

     Matar una mosca no es ninguna noticia cuando lo comete un hombre común de la calle, pero cuando el matador es un personaje importante como lo era el arriba citado, la cosa cambia mucho. John Doe reunió de inmediato a sus veintidós asesores y les pidió consejo para esfumar la desagradable situación antes de que la Sociedad Protectora de Animales pusiera el  grito en el cielo. El especialista en imagen visual recomendó borrar la mosca de la fotografía y poner en su reemplazo una estrellita brillante como sugiriendo simbólicamente que John Doe no se dejaba engañar por pensamientos nefastos. El consejero de sonoridades compartió este punto de vista, a condición de que se reforzara este simbolismo con un ángel sonando un clarín para hacer notar que John Doe contaba en sus decisiones con la colaboración de un ser superior que lo defendía.

     El  asesor en lingüística latina recomendó principiar por las palabras del título que debían ser trocadas para reforzar con palabras la imagen visual.

     - Musca  -dijo- es en latín un insecto volador que vive en los ámbitos domésticos, pariente de los mosquitos y los moscardones, de la familia de los muscáridos y, por lo tanto, como animal, no puede ser matado. Debe de alguna manera conservarse en el título. De paso, nos anticipamos a una eventual reclamación de las Naciones Unidas, que tiembla cada vez que se habla de muerte.

     - Totalmente de acuerdo con mi colega –precisó el asesor en lingüística árabe-, dejemos la palabra “mosca”, no la toquemos, y vayamos a la palabra “asesino”, que proviene del árabe.

     - Me parece razonable –opinó John Doe-. Continúe.

     - Assassin se decía al miembro de una secta religiosa musulmana secreta que estaba autorizada a matar a los Cruzados enemigos. Lo hacían bajo la influencia de la droga hashish. Nos conviene suprimirla para no malquistarnos con los árabes.

     - Conforme –dictaminó John Doe-. ¿Y en latín no tenemos algún refrán que nos sirva? –continuó mirando al asesor en lingüística latina.

    - Por  supuesto, señor, el latín sirve para todo. Por ejemplo tenemos el refrán Aquila non capit muscas (El águila no caza moscas), aunque no lo recomiendo en nuestro caso porque el Movimiento Universal contra la Discriminación podría interpretarlo como un desprecio encubierto hacia las moscas. Yo iría más bien al diccionario de la Real Academia Española.

     - ¿Real dijo? Ni loco, me acusarían de fascista antidemocrático.

     - Bueno, pero podríamos traducirlo al inglés. Fíjese, señor, las frases que tienen en español: papar moscas, soltar la mosca, mosca de la carne, mosca de la aceituna, mosca del queso, mosca de un día, mosca blanca, mosquita muerta y muchas otras que en este momento no recuerdo. Combinando entre tantas palabras, podríamos alcanzar una leyenda perfecta, digamos por ejemplo, “A mosca muerta, mosca puesta”.

     - No está mal, pero se me ocurre otra.  ¿Qué le parece “Muerta en el cumplimiento de su deber.”

     - No suena mal, pero pensándolo entre todos podríamos a lo mejor encontrar otra más conveniente.

     - Está bien, pero les doy cuatro horas para encontrarla. Cuando la tengan, me avisan.

     John Doe se retiró de la reunión a continuar con sus quehaceres políticos. El asesor en lingüística latina recordó en esos instantes un refrán español que dice “Por un perro que maté, mataperros me llamaron”, y entró en pánico. Si no nos apuramos, pensó, los adversarios inventarán en inglés “Esta mosca maté y con otras seguiré”.  

     En efecto, eso hicieron y John Doe perdió las elecciones. Su sucesor aprovechó la experiencia ajena y antes de cada entrevista o conferencia de prensa hacía desinsectizar escrupulosamente la sala.

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